A Real Pain. Jesse Eisenberg, 2024
«Jópin» y «Uch»
Tengo un compañero en la oficina que es polaco, el primer viaje al extranjero que hice en mi vida fue a Cracovia y el tema de mi tesis doctoral fue la obra de Roman Polanski: absolutamente nada más me relaciona con Polonia, sin embargo, esta semana hablé con mi compañero sobre cómo se pronunciaban dos nombres que, durante años, estuvieron muy presentes en mi vida: Chopin y Łodz y recordé varias cosas, entre ellas esta película que vi hace unas cuantas semanas.
Durante los 82 minutos que dura A Real Pain no dejan de sonar las melodías del romántico Frédéric Chopin (Varsovia, 1810 – París, 1849). La película introduce así una presencia melancólica constante que se pega a los oídos del espectador.
La sensibilidad a veces opera caprichosa y se manifiesta en aquellos a quienes no percibimos dignos de dejarse conmover con facilidad, porque no son discretos, ni silenciosos (así es como tendemos a imaginar a los seres sensibles). Los protagonistas de esta historia no lo son, especialmente Benji Kaplan (Kieran Culkin) que llena todo el espacio que ocupa en cada plano (y se queda corto).
En aquel viaje que hice a Cracovia para visitar a una amiga filóloga que siempre me explicaba cómo pronunciar correctamente el nombre de la escuela en donde había estudiado Roman Polanski («Uch») y el del compositor de las piezas que conforman el ballet Las sílfides («jópin»), visitamos un campo de concentración, una parada necesaria dentro del tour que realizan los protagonistas de la película y que en mi caso no estaba planificada y, por supuesto: tampoco disfruté.
Nadie disfruta esa visita, claro, pero la forma en que reacciona cada uno cuando regresa a su vida después de haber visto un lugar así es muy variable y eso esta película también lo refleja.
A Real Pain, además de abordar los rencores entre dos primos que estuvieron muy unidos pero a quienes la vida los ha alejado, repasa los mecanismos del prejuicio que todos practicamos con la premisa de esa suerte de «terapia de grupo» que son los viajes organizados, que condenan a quienes participan en ellos a integrarse tal y como son, sin trampa y sin escapatoria.
Por eso me gustaron tanto su comienzo y su final circulares y me pareció tan triste y tan bonita, por la lección que da acerca de cómo creemos que nos ven y cómo nosotros vemos a los demás sin tener ni idea de lo que está pasando.

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