Ciento volando (Arantxa Aguirre, 2025)
El reposo
Hace unos meses un amigo me pidió que escribiera un texto sobre la relación entre su trabajo como escultor y el mundo de la danza. Abrumada, emocionada y agradecida como Lina Morgan accedí a su petición. No fue difícil encontrar elementos a los cuales asirme para expresar lo que sus piezas me sugieren: porque las he visto a menudo expuestas dentro y fuera de su taller, porque él nos las ha explicado a sus amigos y porque también he asistido a parte del proceso creativo de las mismas en alguna ocasión.
La obra de Chillida, en cambio, me era prácticamente desconocida. En 2019 trabajé en la documentación de una exposición para la cual propuse relacionar su pieza Homenaje a la mar III (1984) con la instalación audiovisual Swell (2000) de Patricia Piccinini. Ambas me pareció que establecían un diálogo entre la materia y el espacio para reconstruir el océano, una con un bloque de alabastro desbastado en su interior y la otra con pantallas que proyectaban una animación sintética digital. En cualquier caso aquel proyecto no vio la luz del todo y mi relación con Chillida no volvió a establecerse hasta ayer, gracias a Arantxa Aguirre.
Ciento volando es un bello documental sobre el reposo, el sosiego, la tranquilidad y el sentido inmóvil de la obra monumental (y también gráfica) de Eduardo Chillida. A través de los ojos y de la voz de Jone Laspiur el espectador se enfrenta a los paisajes marítimos y rocosos, los jardines y los comentarios de familiares y especialistas para descubrir qué contienen sus bloques de metal oxidado y de piedra desgastada por los cuatro elementos naturales. En la pantalla, unas manos entrenadas para el trato delicado y protegidas con guantes de algodón pasan las páginas de un libro del artista; sus grabados, sus tintas espesas y oscuras contrastan con la luz que atraviesa la ventana de la habitación en donde se ha rodado esa escena. Se habla de la luz negra, de esa otra luz diferente a la que ilumina las obras clásicas, las esculturas griegas que cautivaban al artista, la luz del movimiento, tal vez y al espectador se le brinda la oportunidad de comprender por qué esa luz negra del viento y el mar del País Vasco es, en definitiva, la luz que se vierte sobre las esculturas de Chillida.
Suenan las notas al piano de Bach y un petirrojo picotea curioso y delicado en alguna secuencia de un documental tan hermoso como relajante que se detiene en observar el paso del tiempo, tal vez el único movimiento que a Chillida debía interesarle.

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