Visita a la sede del Béjart Ballet Lausanne

Visita a la sede del Béjart Ballet Lausanne. 15.02.2013

Dans la Maison

Cuando las horas de un día se aguardan con tanta expectación, es extraño que luego lleguen y a una se le pasen desapercibidas, que floten en el aire y escapen como en medio de un temporal, para no regresar, para desaparecer.

Este pasado viernes, viví la mejor jornada de mi existencia, desde que existo como bailarina «no practicante», porque acudí al templo del ballet progresista y democrático, porque asistí a las clases y los ensayos, comí rodeada de bailarines hambrientos y pude entrevistar a su Director.

Fueron horas felices. Acompañada en todo momento por el responsable de prensa y comunicación de la Compañía, quien me ayudó infinitamente a establecer contacto con cada miembro de la «troupe» suiza, pude conocer de cerca cómo funciona esta organización para la danza multicultural, políglota e innovadora que una vez fundó el Maestro Maurice Bèjart y que a día de hoy, avanza respetuosa con el pasado y sin perder de vista el futuro gracias a Gil Roman, su Director.

El edificio en que se asienta la Compañía es de color azul, permanece casi oculto en medio de otros bloques de oficinas, o naves industriales o viviendas, que no estoy segura de lo que son, justo detrás del Teatro Beaulieu aunque no tenga ningún tipo de conexión directa con él. Cuando Monsieur Béjart abandonó Bruxelles y decidió reubicar su Compañía en tierras suizas, no tenía un sitio fijo en donde hacerlo y tuvo que disponer de diferentes espacios provisionales para ensayar las coreografías con su cuerpo de bailarines. Pero al cruzar el umbral y sentirse ya dentro de esta casita azul, recibe una inmediatamente la información sensorial que precisa para comprender que ése y no otro, es el lugar en donde se baila como Maurice entendía que debía bailarse, desde hace veintiséis años.

Los techos altos, limpios de ornamentación y apliques innecesarios, se apoyan sobre tabiques y contrafuertes de madera, rodeados de pared blanca, inmaculada, libre. La luz atraviesa con violencia las zonas más altas, gracias a las cristaleras y llega al suelo, al espacio en donde los bailarines trabajan, suavizada y en la dosis justa. Ni un rayo de más.

Está prohibido tomar fotografías en las aulas de la BBL y aunque uno intente hacerlo provisto de autorización, se da cuenta de que no es posible, de que no hay luz que lo permita, como si la filosofía del Maestro se resistiera a desaparecer y reviviera con este tipo de mensajes subliminales: la danza es pasión y se vive en el momento, no se registra y se reproduce, no se fotografía.

Aunque mi misión allí es entrevistar al Director (entrevista completa aquí), saber cuales son sus opiniones exactas respecto a las múltiples colaboraciones que la cineasta Arantxa Aguirre ha venido desarrollando junto a ellos desde el año 2008, me entretienen otros asuntos, me llaman otras curiosidades: ciertos resortes que tengo dentro desactivados, saltan en cuanto accedo a un aula de ensayos, oigo el piano, siento el chirriar de las zaptillas sobre el suelo de linóleo… estoy de nuevo en el ballet.

Las instalaciones permiten que alguien que llega de fuera, cualquier intruso que desconoce cómo funciona un día de trabajo en una Compañía, pueda estar presente y observar, vivir desde dentro la jornada sin desconcentrar ni molestar a nadie. Subo las escaleras y una puerta perfectamente insonorizada me da entrada a la pasarela en donde me siento a observar. Nada de teléfonos ni alarmas, silencio absoluto y máximo cuidado al abrir y cerrar con la manilla. Ya estoy dentro, estoy «encima» y lo veo todo, lo vivo todo.

Desde esta posición, alcanzo a comprender hasta qué punto es cierta y se cumple la filosofía de la danza del fundador: «no te olvides de la barra, pero ten cuidado con el espejo» decía, y efectivamente, estos chicos, los cerca de cuarenta bailarines que aquí se mueven y ejercitan tienen un espejo delante y sin embargo, una distribución del espacio que apenas lo tiene en cuenta. Las barras se disponen alrededor, en paredes blancas y también en el centro, en estructuras con forma de cubo de sorprendente eficacia.

Y el espejo no se toca. Está ahí y lo registra todo aunque ellos mejor no se fijan en él demasiado porque es peligroso, es la puerta abierta hacia el ego, el peor enemigo del bailarín.

Llega la hora de comer y no puedo creerme que estén ahí, a mi lado: Kateryna Shalkina, capaz de ejecutar los equilibrios más elegantes en la clase está ahí, comiendo de un tupper y sentada detrás de ella está Kathleen Rae Thielhelm, el «cisne americano», el que encontró en París la mejor oportunidad profesional de su vida, hasta la fecha. Es real. Lo comparto.

Pero es a primera hora de la tarde cuando me reúno con Gil Roman y le pregunto por las piezas de Arantxa Aguirre, por el hecho de filmar la danza de la forma en que ella lo hace, para acercar al espectador al mundo del ballet cuando le es desconocido, o para compartirlo con él cuando es amante del mismo.

Sus respuestas son claras y su mensaje es de respeto y agradecimiento hacia ella, alguien con la sensibilidad necesaria, dice, como para entender que el ballet no es apto para el medio cinematográfico y sin embargo, lograr «contarlo» con la honestidad con que lo hace, a través de documentales exquisitos en los que la cámara se hace imperceptible, o grabando actuaciones en directo de forma bien poco «tradicional».

Durante la tarde ensayan y preparan las piezas que representarán el próximo mes de junio en esta misma ciudad, en un homenaje a Jorge Donn que espero no perderme.

El mes que viene viajan a Moscú y yo me vuelvo a casa sintiendo que las horas pasaron, pero que fueron bien aprovechadas. Ahora son mías y para siempre, al menos en mi cabeza.

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