Existen dos tipos de tiendas vintage en Nueva York: las que venden ropa usada y las que la coleccionan.
Si en París tuve una sensación semejante a la que contaba Javier Marías sobre las librerías «de viejo», esas en donde el librero parece negarse a que el cliente adquiera absolutamente nada de lo que tiene en su tienda, pero con vestidos y chaquetas, en Nueva York me he topado con lugares donde estoy casi segura que, si hubiera insistido, esas prendas me las hubieran regalado.
Miles y clasificadas por colores. Ni por sexo ni por temporada, no: escala cromática.
Es bueno recomendar (para quien quiera tomar mi consejo) que a estos sitios hay que ir con tiempo porque en ellos éste se diluye y desaparece. Una entra en esa cueva de Ali Babá por la mañana y puede que se haya hecho de noche cuando sale. Allí no hace frío ni calor, no se siente el hambre, tampoco el sueño: en las tiendas de ropa usada de Nueva York no hay conciencia ni consciencia.
Don Quijote lo flipaba en la cueva de Montesinos y aseguraba que allí dentro el transcurso de las horas era otro; pues bien, yo aseguro que Beacon’s Closet es la nueva Montesinos (y en Nueva York hay cuatro).
La otra opción a tener en cuenta son las tiendas de puro coleccionismo. En éstas, lo importante no es el precio de los artículos (casi siempre negociable) sino la calidad, exclusividad y antigüedad de los mismos. Cure Thrift, por ejemplo, exhibe artículos de decoración y ropa casi como pudiera hacerlo un museo. Si una tiene suerte puede encontrar una sección del local con todo al 50% (sí, fue mi caso) pero no es lo habitual. Muchas de las prendas no se pueden tocar y mezcladas con ellas hay objetos de baratillo, chismes encontrados en cualquier flea market callejero y el precio es alto, quedan advertidos.
Pero no voy a quedarme en las tiendas de ropa: el maleficio de Montesinos también ha caído sobre las librerías de segunda mano de Nueva York. Uno de los aspectos que nos ayudó a sobrellevar la lluvia persistente durante nuestros diez días allí fue la abundancia de este tipo de librerías, repartidas por toda la ciudad; en ellas te resguardas cuando comienza a tronar y al salir, ya han crecido champiñones en la acera.
Son enormes y están muy desordenadas, contienen cientos de libros amontonados entre sí y aunque algunos pueden estar demasiado deteriorados, merece la pena revolver. Cuidado los alérgicos al polvo porque puede ser una experiencia letal.
Para todos los demás, otro consejillo: preguntar al librero suele ser inútil (y el «encargado» de the Strand no aparece casi nunca por allí):


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