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A las listas de espera hay que respetarlas. En Nueva York hay colas, filas y aglomeraciones expectantes por todas partes; se forman con cualquier excusa: subir o bajar del metro en hora punta, comprar un coffee to go, pagar la compra en el supermercado con la máquina autocobro, acceder a la entrada para un espectáculo musical con descuento, montar en un ascensor que te lleve a las magníficas vistas de la ciudad previo pago de $45 o entrar en un museo (a veces, también salir de él).

Nosotros, sobre todo, nos enfrentamos a las del último tipo y en una de ellas, la verdad, la espera mereció particularmente la pena.

El MOMA es uno de los museos de arte más recomendables de la ciudad. La entrada son unos $30 y los viernes, hora y media antes del cierre se puede pasar gratis. En nuestro caso, también se accede sin pagar a cualquier hora, cualquier día si al taquillero le gusta cómo vas vestido, como sucede en los clubs nocturnos más selectos pero sin opción de consumición ni musica estridente, sólo la contemplación de cuadros maravillosos.

Ni diez minutos esperamos allí, gracias a la camiseta de los Kinks de Fran:

-Nice t-shirt, dude! Be my guests today…

Y pasamos del datáfono.

Tal vez hubiera merecido la pena que en vez de una camiseta, lo que llevara estampado el nombre del grupo favorito de Fran hubiera sido un jersey de cuello vuelto, porque el pobre se moría de frío poco después, pasando de una sala a otra (¿arte refrigerado?) Pero no nos importó.

A la inflamación de anginas también se la respeta si es por una buena causa.

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