Virginia y los libreros

Soy librera y supongo que eso me convierte inmediatamente en una persona que «recomienda libros».

En realidad no soy buena recomendando libros pero creo que sí lo soy detectando necesidades lectoras, me explico: tú llegas a la librería y me pides consejo y yo te colmo de preguntas sobre las últimas películas o series que has visto y que te han gustado y el tiempo que tienes para dedicarte a leer, si es porque te vas de vacaciones, si es porque llevas una temporada larga leyendo sobre un tema y te apetece cambiar, si no hay nada que «te enganche» y buscas precisamente eso… hay mil posibilidades y, como librera, yo quiero conocerlas.

He visto a libreros que se lanzan a prescribir ciertas lecturas a clientes que, en mi opinión, está claro que jamás van a disfrutarlas, lecturas que podrán llegar a frustrarles y hacerles odiar ese y otros libros del mismo autor y también a «reseñistas de las redes» (o como se prefiera llamar a esas personas con miles de seguidores que suben fotos de manos que sostienen libros, o de libros ubicados en bodegones temáticos) que piden opinión sobre autores clásicos como, por ejemplo: Virginia Woolf.

«¿Lo habéis leído? ¿Os gusta?»

Hombre pues sí, pero depende…

Creo, por ejemplo, que Una habitación propia se le puede hacer bola e incluso atragantar a un cliente despistado que busque una lectura feminista con la que descubrir algo o comprender algo y por eso, si esa persona entrase en la librería y me preguntase al respecto, no iba a ser yo quien le ofreciera ese texto.

Todavía recuerdo un examen en la Facultad muy ilustrativo a la sazón porque Virginia Woolf no es fácil, ni es recomendable siempre.

Transcurría mi primer curso de Filología Inglesa y nos pidieron el análisis de un fragmento de Mrs. Dalloway; al cabo de casi una hora, el profesor nos advirtió que había dos páginas cambiadas de orden, que se había equivocado al hacer las fotocopias. Yo ya llevaba más de la mitad del texto comentado y ni me había dado cuenta. El stream of consiciousness tiene su complejidad y aquel profesor, mucha mala leche.

Por eso, a ese lector con inquietudes que quiera profundizar en el papel de la mujer dentro y fuera de la literatura no le daría Una habitación propia, le daría algo de ficción contemporánea, algo de ficción contemporánea de espíritu feminista, algo de ficción contemporánea de espíritu feminista y trama con tintes dramáticos, si puede ser, basada en traumas personales de la autora. Creo que acertaría (y el abanico de opciones, además, iba a ser amplio).

Si diera en el clavo iba a ser probable que días después esa misma persona regresara y me pidiera una edición de bolsillo de Una habitación propia o cualquier otra obra de la señora Woolf.

Me sentiría definitivamente realizada en mi profesión si, además, regresase en una tercera ocasión y me pidiera el mismo título, esta vez envuelto para regalo. Entonces sí creería que he sabido recomendar un libro.

Hasta que llegue ese momento epifánico, me temo que seguiré con mis preguntas.

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